Rigoletto
Viernes, 25 de enero
Palacio del Condestable (Calle Mayor)
10:30 horas
Presentación: Joaquín Sanz de Galdeano
- Dirigida a: Socios de Aulexna y acompañantes hasta completar aforo.
- Actividad gratuita.
- No es necesario reservar entradas.
- Programa: Presentación a cargo de Joaquín Sanz de Galdeano (unos 10 minutos).
- A continuación proyección de la Ópera.
- La obra está subtitulada.
- Los personajes
Rigoletto. Un bufón al servicio del Duque. Padre de Gilda. Papel emblemático para un barítono (llega al Sol3), que además ha de ser un actor de primera, fuerte físicamente y resistente a su complicada caracterización.
Duque de Mantua. Un odioso personaje para una caracterización vocal de ensueño. Noble corrupto y sin escrúpulos para conseguir sus caprichos. Un tenor lírico con la agilidad del ligero. Va del Do2 al Si3.
Gilda. La hija del jorobado. Se suele concebir, equivocadamente, como una chica algo díscola y superficial. Está claro que debe ser defendida por una lírica con buena coloratura si se opta por concebir el personaje de manera seria y sustancial.
Sparafucile. Un bajo de poco pero importante papel. Ha de tener mucha envergadura dramática: es el mercenario contratado por Rigoletto para matar al duque.
Magdalena. Su hermana. Mujer de dudosa moral, que aspira a los favores del Duque. Otro papel pequeño pero importante, al que Verdi regala una maravillosa parte en el famosísimo cuarteto.
Monterone. Pequeño papel para bajo, que tiene una intervención breve pero argumentalmente fundamental.
Trama e historia
Un padre atípico, Rigoletto, descubre con horror que su preciosa hija, prendada del duque-jefe, ha sido seducida por éste; a las burlas propias del oficio ha de añadir tal humillación sanguínea. Así que prepara el asesinato del duque, pero todo se tuerce y la muerta será su hija. Todo ello debido a una maldición. Ésta es a grandes rasgos la historia; sin duda menos determinante e interesante que el retrato sicológico de los personajes.
La obra, basada en un drama de Víctor Hugo del que se aparta sustancialmente, plantea uno de los aspectos de los seres humanos que más gustaba a Verdi: su dramática fragilidad. Una fragilidad que se manifiesta en todos los sentidos, en el físico, el sentimental, el ético, el moral. El siempre humillado y engañado Rigoletto no es un cualquiera; de alguna manera forma parte del poder, pues está más cerca que nadie del rey (duque) y como pocos puede influir en las decisiones políticas de aquél. Así que es tan cínico como la autoridad a la que sirve, aunque extraiga de su interior grandes dosis de nobleza, amor y elevados sentimientos cuando las cosas se le ponen feas, o sea, cuando la “vil razza” decide usar a su hija (guapa, y por eso rara, inmerecida hija suya, es decir, otro producto más de las transgresiones de la corte, pero esta vez a cargo de un “clase baja” de la misma) como moneda de diversión y burla hacia él. Naturalmente, el factor desencadenante último de la historia, la maldición de Monterone, no es más que la excusa –aunque este tipo de elementos teatrales son consustanciales al rural Verdi, al pesimista y supersticioso Verdi– para reflexionar acerca de un mundo hecho de farsa, engaños y corrupción, en el que el débil siempre pierde ante los poderosos. Políticamente el mensaje es demoledor; o sea, cuando la izquierda “aprende” de la derecha y decide utilizar sus métodos, siempre fracasa: cuando Rigoletto contrata a Sparafucile para matar al Duque está provocando sus más grande desgracia, la muerte de su hija.
Hay un montón de razones por las cuales Rigoletto es una obra crucial en el devenir de la producción verdiana, y por consiguiente en el de la propia historia del género. Pero por encima de todas hay algo que define con un fundamento más directo y definitivo esa importancia casi irrepetible: el manto popular de la pieza, la bendición dispensada por todos los públicos a sus partituras escénica y musical, su aceptación incondicional por todo el mundo, especialistas, aficionados y neófitos diversos, aun supinos ignorantes en materia musical, desde el día siguiente a su fecha de estreno.
Verdi siguió un ritmo lento en su evolución como hombre de teatro; y Rigoletto es, ya ha quedado dicho, un verdadero punto de inflexión en su Obra. Es su título ¡número 16! Ésta su segunda ópera con libreto de Piave se puede considerar un punto de partida, pero al mismo tiempo supone el final de un proceso consistente en una lenta suma: al autor de teatro de argumento se va añadiendo poco a poco el de personajes. A lo largo del resto de su carrera Verdi seguirá desarrollando esta segunda faceta (y su última pieza, Falstaff, será el logro supremo), pero sin permitirse la más mínima flaqueza en la primera. Rigoletto encabeza la famosa trilogía en la que el operista-sicólogo disecciona no ya situaciones teatrales límite sino personajes de una carga marginal fronteriza; Verdi comienza aquí a apretar tuercas, para superar los cantos nacionalsentimentales de Nabucco, los tormentos erótico-políticos macbethianos y las miserias humanas ernanianas. Desciende hacia las zonas más oscuras de sus personajes, que además escoge y caracteriza sin piedad alguna: un bufón, una gitana y una prostituta para “mover”, en ese orden, Rigoletto, Tovatore y Traviata. Verdi puede hablar más alto, pero no más claro: ópera es explicar con música los comportamientos humanos.
Musicalmente Rigoletto –y las que la van a seguir– suma más cosas: a lo anterior, una idea dramática –dramatizada, habría que precisar– del bel canto, que desde luego ya no soltaría hasta el fin de sus días. Y siempre, y como siempre a partir de entonces, unos modos cada vez más soberbiamente asentados en una inspiración melódica proverbial, natural, que en algunos casos llegó a rozar lo escandaloso. En fin, un ejemplo único, de apariencia sencilla, muy difícil de calificar.